Extrapolación gargolirica
La piedra habla. Pero no en el sentido que esperas. Las gárgolas no son figuras inmóviles; son manifestaciones de palabras atrapadas, codificadas en materia, suspendidas en el filo de lo visible. Cada grieta, cada fisura en su superficie, es un signo, un eco de las voces no pronunciadas. ¿Y si el poder está en lo no dicho?
Las gárgolas no vigilan, no protegen, no guardan secretos, sino que son nodos de significación, anclas donde el tiempo se disuelve. La ciudad a sus pies es sólo una extensión de sus sombras; los transeúntes, un flujo de datos no procesados. ¿Quién controla a quién? ¿Es la palabra escrita lo que estructura la piedra, o es la piedra la que dicta la palabra?
"¡Es el Verbo, el poder absoluto!" grita una voz que no existe. El Verbo se materializa, se endurece, se convierte en la textura misma de las gárgolas. "¡Las palabras son todo!", pero al decirlo, las palabras ya se disuelven, pierden su forma, como el agua corriendo sobre los rostros pétreos de las criaturas. La influencia no está en lo dicho, está en el silencio que yace detrás de lo dicho.
Lucas mira una gárgola y la gárgola lo mira de vuelta. O no lo mira. O tal vez ambos son parte de una misma red, un ensamblaje de signos que nunca terminan de formarse. El lenguaje escrito es la estructura, pero la estructura nunca es fija. La ciudad es un libro que se reescribe sin parar, y las gárgolas son sólo los márgenes, los espacios en blanco donde los significados flotan, pero nunca aterrizan.